Ahora recuerdo la vida como era,
los días de fiesta en la calle
hablando y bebiendo
en medio de un jolgorio,
las personas se tocaban
unas a otras,
besándose.
Había escándalo en el mundo
y bocas bien abiertas a carcajadas
mientras los niños aprovechaban
que sus padres los dejaban libres
para comprar chuches y patatas fritas.
El mundo era eterno
entre terrazas de bar y bares sin terraza,
y alguna vez la desgracia nos sobrecogía
pero mira… el tiempo todo lo cura.
La vida fluía sin mucho más,
cada cual con sus cosas,
relajando las tensiones o subiéndolas de tono
pero siempre había un brazo disuasorio
y la noche continuaba.
Las charlas podían visitar muchos temas
y concluir obviedades,
(siempre las obviedades nos salvaron),
pero el afán era seguir compartiendo
aunque esperásemos el dolor de cabeza
para el próximo despertar.
Así éramos,
bailábamos hasta el amanecer
porque el mundo era infinito,
infinita su ingenuidad y su consuelo,
sudábamos un poco a cierta hora
pero sin ver nunca el momento de dejarlo
para irnos a la cama.
Todo esto es pasado,
-de pronto hemos entrado en otra dimensión-
y ahora resulta que ya nos estamos yendo algunos
para dejar sitio.
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