Caerás
a la puerta,
te meterán tres tiros
por decirlo todo desordenado,
mientras otras callan
o colocan los armarios con esmero
(o ambas cosas);
callan y colocan,
tú largas y largas con un desorden
tal
que pareces la vida campestre,
el barrio a una hora muy de mañana,
o los recuerdos embotados en tu cabeza.
Caerás
a la puerta,
Y caerá contigo la última fe
en la palabra escrita,
todo será ambiguo entonces,
candoroso y brutal,
mientras esa hoja verde
separada del árbol por el viento
ondeará
hasta el asfalto.
Caerás
a la puerta,
y nadie apreciará el hecho incuestionable
de que no te levantas,
de que no hay un giro de rodilla,
un impulso del menisco
hacia la acción,
y permanecerás allí
largando el último argumento,
cuidando las cicatrices que nadie ve
ni espera,
(mientras la próxima patraña inventada
-de la que todos hablan-
eclipsará el aire
y moverá raíces cortas)
y tú tirada en la
calle dirás:
No me engañaron,
conmigo no pudieron,
y esa será tu gran venganza.
Caerás
-pero no caerás
del todo-.
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