Vivimos
tiempos
convulsos.
Hemos aprendido
de golpe
la amarga lección de revisar el pasado:
No hemos hecho los deberes de forma
correcta, mamá, dime tú cómo se hacen porque nosotros, ya ves, por más que lo
pensamos, que nos empeñamos, no nos salen.
No puedo saber cuando
dejamos todo al destino,
sin preverlo.
Creímos
que no vivíamos
en una jungla.
Algo inmenso,
descomunal,
nos impedía verlo.
Éramos nosotros mismos,
los cuentos metidos en la cabeza,
los cuentos de amor.
Pensamos
el mundo es benevolente
porque nosotros lo éramos.
Dime tú por qué no vimos venir
la catástrofe:
Toda la tecnología nos la dieron a buen
precio, los correos electrónicos gratuitos, los blogs gratuitos, y los
teléfonos móviles, al principio, renovables por puntos.
Transitamos por teléfonos
de una generación a otra
igual que en la vida real,
de la juventud a la madurez;
despistados e inconscientes.
Almacenamos
Nuestros datos
en nubes
custodiadas
por empresas privadas.
No lo pensamos
¡éramos tan ingenuos!…
Vendieron nuestros datos,
supimos que las televisiones oyen,
los robots limpia-suelos fotografían
el salón.
WhatsApp, Facebook, Twitter, datos y datos
desperdigados aquí y allá, nos conocen mejor que nosotros mismos, nuestras
caras, nuestras opiniones, nuestros gustos, nuestros rechazos.
Cientos de bots
disparan a matar.
Las redes sociales
nos hicieron gregarios,
o estás conmigo o contra mí,
si alguien discrepa a muerte con él.
Y nos llegó la Pandemia del Sars-Cov2 y no
entendimos nada, miramos pero no vimos, estamos cediendo derechos a bocanadas y
no hay apenas queja.
Cartillas,
pasaportes de vacunación,
documentos acreditativos para poder salir,
viajar, vivir,
Miedo.
Y ahora leo que en este mes de febrero
llegan a Marte tres misiones, simultáneamente: Estados Árabes Unidos, China y
Estados Unidos.
Overbooking en Marte1.
¿...?
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